lunes, 7 de noviembre de 2011

Crónicas de una mente dormida: Del derecho y del revés


Allyson y su alianza de guerreros errantes estaban cruzando el desierto con el fin de develar el misterio de un ancestral cementerio escondido en este. Para llevar a cabo aquella tan aterradora y peligrosa misión, contarían con un nuevo miembro, un arqueólogo con conocimiento en artes marciales que daba algo de risa a simple vista –estaba todo vestido con un trajecito del siglo antepasado amarillo, con blondas y encajes; llevaba una sombrilla también amarilla para protegerse de la fiereza del desierto y su única arma era una llave común y corriente-, pero sería la pieza clave para, primero encontrar y luego escapar del escabroso cementerio.
Después de darle todo el equipamiento de guerra posible a Phill, el arqueólogo, llegaron a un punto perdido en el desierto en el que sólo había un ajado letrero de madera clavado en la arena y una extraña y circular placa de piedra en el piso. El letrero ponía: “Párese en la placa para ir a la entrada del cementerio”.
La idea colectiva luego de leer el cartel fue que la placa los llevaría, evidentemente, a la entrada del cementerio, pero después de subirse todos, dar varios giros veloces y desaparecer en el aire, se encontraron mucho más adentro de lo que querrían: en las catacumbas.
El terror estuvo a punto de apoderarse del grupo, pero la misión que se debería llevara cabo era mucho más importante que cualquier sentimiento humano. Empezaron a abrir las tumbas, de por sí abiertas por una fuerza misteriosa, buscando algo, cualquier cosa, que pareciera fuera de su lugar. Aquello debería ser distinto a un montón de cadáveres verdes vestidos de faraones, o a hombres gigantescos, o a momias con rastros de movimiento; lo que verdaderamente salía de lugar fue encontrado por Phill, estando solo en una de las cámaras del cementerio: Un hombre vivo.
El mortal en cuestión no se sorprendió tanto como Phill cuando fue abierto su sarcófago, pues a pesar de estar vivo, había decidido esconderse igual que los demás en la espera de los intrusos que desestabilizarían sus planes macabros.
_Veo que por fin han llegado _le dijo a Phill con voz limpia y tranquila_ pero lamentablemente no pueden quedarse aquí, debo pedirles que desalojen mi cementerio.
_ Tenemos una misión muy importante _replicó Phill, temblando y luego de un silencio de horror_ y no nos vamos a ir de aquí hasta realizarla.
_Si la misión es el problema pues… lo mejor sería eliminarla, claro, mejor que eliminarlos a ustedes_ terminó aquel extraño hombre. Salió entonces de su tumba. Tenía la altura estándar de un hombre americano, era algo gordo, cachetón, de tez blanca rosada y cabello castaño rojizo. Abrió el fondo de su ataúd, como si se tratara de una puerta, y pidió al arqueólogo que lo acompañase a su estudio, un inverosímil lugar de paredes y piso de piedra, bien iluminado, limpio, equipado con el mobiliario de una oficina moderna y con una enorme pantalla de plasma que mostraba un mapa irreal con una escritura inexistente.
El hombre empezó a escribir códigos ilegibles con un teclado, y a pesar de que Phill quería salir corriendo de allí y llamar a todo su equipo para que detuvieran la contraoperación del no muerto y pudieran por fin terminar su misión, la curiosidad mantenía sus pies pegados al suelo.
_ ¿Conoces a Allyson Ford? _preguntó el hombre.
_Sí _contestó Phill_ es la líder de nuestro grupo.
_ ¿Sabes por qué una señorita como ella lidera a un grupo de guerreros por estos tan horribles páramos?
_La verdad es que no, no me he inmiscuido en sus razones ni en su vida privada, por lo tanto no sé por qué ella es nuestra capitana.
_Yo creo saberlo… _contestó el hombre con aires de misterio_ de hecho, sé mucho más que todo tu equipo juntos. Allyson empezó este “consorcio de guerreros” con el propósito de vengar la muerte de su madre, quien fue asesinada por fuerzas sobrenaturales, pero… ¿no te parece que tendría una vida mucho más feliz si su madre siguiera con ella?
El hombre apuntó a la pantalla para que Phill pudiera observar como transcurrían veloces escenas de una niña muy feliz y aventurera que salía de excursión con sus ambos padres y no le temía a nada. Pero a medida que la niña crecía, la realidad se desvanecía para el arqueólogo, y justo en el último aliento que le quedaba, pudo comprender que no se estaba muriendo, sino que su cuerpo ya no tenía cabida en un lugar al cual sólo habría podido llegar gracias a un pasado que acababa de ser modificado.
El extraño hombre lo había logrado, se había deshecho de los intrusos mediante la noble acción de devolverle su madre a una triste y rencorosa muchacha. Ahora Allyson podía caminar muy feliz en compañía de su mamá por las empinadísimas calles de San Francisco, buscando la imprenta que haría realidad su sueño de imprimir su primera novela. El hombre del cementerio, luego de observar aquella encantadora escena por su pantalla, se preguntó cómo sería la vida del paralelo de Allyson, pues sabía muy bien que todas las personas en el mundo tienen a otra exactamente igual, con la misma imagen física, personalidad y sueños. Tomó entonces un pequeño tazón de vidrio anaranjado que tenía en su escritorio y le dio la vuelta; así de fácil, la imagen de Lucía era ahora visible en la pantalla.
Lucía se encontraba en el colegio, en lo que parecía una mañana muy normal, cuando de pronto la directora general entró al curso y llamó de inmediato a una alumna que había estado escuchando música con su celular. La chica en cuestión hizo un pequeño berrinche, asegurando que ella no tenía ningún celular y que eso era mentira, pero al fin cedió a la ineludible mirada frenética de la directora.
_ ¿Y por qué está todo tan oscuro? _gruñó, al tiempo que la compañera de Lucía entregaba su móvil.
_Porque se ha descubierto que la luz hace que a los niños les de hambre_ contestó el tímido profesor de filosofía_ así que si trabajamos sin luz, no sentirán luego la necesidad de gastar su dinero en un refrigerio del snack.
_Muy inteligente profesor _contestó con torpeza la mujer_ siga así.
La directora salió un momento del salón, momento que duró lo que tardó en escuchar que otra alumna, más aguerrida que la anterior, había puesto a sonar música a todo volumen desde su celular. Entró de nuevo y procedió de la misma forma que la anterior vez: Llamó por su nombre a la señorita, le pidió que saliera a la puerta del salón y, una vez ahí, decomisó su celular y le entregó una notificación firmada por ambas en la que le daba a conocer sus faltas graves, eran tres.
Mientras todo esto sucedía, Lucía se hacía la burla de las ocurrencias de la directora con su amiga, a la vez que sus compañeros varones se le acercaban para hacer más grande el aire de música y fiesta que se había propagado en el curso y que el profesor no podía dominar. Sin embargo, y a pesar de sus ilusiones, el muchacho que le gustaba jamás se acercó a molestarla como habían hecho todos los demás.
De pronto la puerta volvió a abrirse, pero ya no era la directora, sino el negado y eludido amor de la vida de Lucía.
_ ¿De quién es esta frazada? _preguntó a todos el muchacho alto, de cabellos demasiado rizados y piel demasiado pálida_ ¿quién me la prestó?
Lucía lo miró embelezada, a pesar de que no quiso admitirlo luego con sus amigas, lo observaba de pies a cabeza y sin importarle que justo detrás de él estuviera su fea novia. Lucía se mantuvo así, mirándolo, hasta que él salió del salón y la realidad entró por los oídos de la muchacha.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Olivia: El árbol de mandarina

Así como hay historias que circulan por los pueblos y los barcos, hay también historias conocidas solo por las estrellas, tales como la de aquel hombre que un día, en una ajada canoa y cargado solo con un cajón de mandarinas, se acercaba a una playa inhabitada desde tierras lejanas y desconocidas.
       Apenas la canoa encalló en la arena, el hombre tomó el cajón de mandarinas, lo asentó a treinta metros playa adentro, sacó una de las fragantes  frutas y la plantó en plena arena. Luego se sentó a dos metros de la mandarina recién plantada y empezó a comer las que quedaban en el cajón, las cuales lo sumergieron en sueño profundo.
       Durante la madrugada las gotas de rocío nutrieron la reciente plantación, de la cual brotaron tres delicadas ramitas que se trenzaron entre sí creciendo velozmente hasta convertirse en el árbol de mandarinas más hermoso que pudiera existir. Su tronco trenzado se veía sano, joven y esbelto; sus hojas llevaban una permanente capa de roció que daba una agradable sensación de frescura, y sus frutos, de aroma dulce y hechizante, tenían un color que los hacía parecer pincelados por el mismo sol.
       Al amanecer el hombre se despertó sin demostrar el menor asombro por el precioso árbol de tres metros de alto que se alzaba junto a él. En vez de eso, se puso a caminar hacia el norte, donde lo esperaba un pueblo que acababa de conocer en sueños. Al llegar compró herramientas de construcción tales como serrucho, martillo, clavos, etc. Luego de terminar sus compras, volvió al lugar donde se encontraba el árbol mágico.
Los días siguientes se dedicó a cortar tablones de leña con los cuales haría una casa de dos pisos con balcón y alero en la entrada, justo al lado del árbol de mandarina. Al cabo de varios meses la casa estuvo completa, entonces se dirigió hacia la orilla del mar y la contempló satisfecho. Después se acercó al árbol dispuesto a comer una de sus mandarinas, la cual lo durmió inmediatamente bajo la sombra de su progenitor. Al despertar, fue directo a cosechar todas las frutas del árbol, las metió en el cajón, se subió a su ajada canoa y desde entonces ni siquiera las estrellas lo volvieron a ver.

(aplausos por favor) xD

Bobó

No era rubia ni de ojos celestes, pero sin embargo fue la mujer más hermosa que se pudo concebir jamás. Su belleza era de aquellas que solo los nobles de corazón podrían percibir, pues la tenía bien expuesta, pero bajo la piel. A esta mujer la conformaba su robusta figura perfilada bajo el camisón floreado, sus manos gruesas y tiernas, hábiles para el croché, y sus dientes amarilleados por el tabaco que le destrozó los pulmones pero nunca le quitó el don de hablar como un ángel que, con sus palabras, solo era capaz de expresar dulzura, gracia y bondad indiscriminada.
No apareció en los libros de historia, nunca se levantó un monumento a su gloria, no tenía seguidores, pero conseguía encantar el corazón de todo aquel que la conocía. Fue, yo la considero, una revolucionaria en pequeña escala por haber sido una de las primeras mujeres en este pequeño pueblo que rompió con los esquemas femeninos de la época. No fue maestra, como toda su parentela, escogió la informática como profesión. No fue una fina dama de las que caminaban por la parte central de la plaza, a pesar de pertenecer a una poderosa “familia conocida”; en cambio, consideró a su sirvienta, una paceña de pollera, una de sus mejores amigas.
Amante del campo, del aire fresco y de las noches de loba en San Ignacio; solía escaparse hacia aquel pintoresco pueblo, pero no huyendo del movimiento de la ciudad, sino del solitario y sofocante encierro de su propio cuarto. Llegaba al pueblo, saludaba a todos los vecinos de alrededor de la plaza y entraba a su casa dispuesta a recostarse un momento a tejer, esperando que algún risueño paisano tocara el portón y gritara: ¡Señora Sonia!
Abuela amorosa, madre ejemplar, amiga fiel, leal compañera; jamás le gustó la palabra abuela, le parecía muy fría y fuerte. Solía decir que a una abuela se le debería llamar con un nombre tierno y cariñoso, como si las palabras expresaran el amor del nieto al abuelo, por lo que pidió a mi hermano, a toda la familia y a mí que la llamemos bobó.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Crónicas de una mente dormida: ¡Despertá!

Estaba a punto de iniciarse el torneo de fútbol en la escuela de Lucía al cual todos los alumnos estaban obligados a ir. A pesar de que la muchacha se mostraba fastidiada y aburrida con sus amigos, lo único que tenía en contra de aquel evento era su terror patológico hacia cualquier clase de pelota. Su alivio fue grande, sin embargo, cuando descubrió que la cancha había sido cercada con una malla olímpica, por lo que cedió a la insistencia de sus amigos de sentarse detrás de uno de los arcos.
El partido acababa de empezar cuando uno de los jugadores hizo la primera tentativa fallida de gol, pateando la pelota con todas sus fuerzas hacia arriba. Esta cruzo la malla sin problemas y aterrizó del lado de afuera, habiendo rozado en el descenso a Lucía, quien pudo sentir la brisa que dejó a su paso antes de entrar en shock. La jovencita, luego de emitir un chillido de marrano asustado, se quedó paralizada de horror, por lo que uno de sus amigos acudió al rescate y trató de devolver de una patada a la cancha a la malhechora, mas cuando la pelota estuvo suspendida en lo alto del cielo, en vez de bajar comenzó a dar vueltas en espiral, descendiendo lentamente.
Todos los presentes observaban el acontecimiento estupefactos, pero Lucía no podía evitar mirarlo casi con lágrimas, presa de la certidumbre de que la pelota poseída se dirigía directo hacia ella. Pero cuando el objeto volador estuvo a una distancia clara para la vista, pudo notar, al igual que todos, que la pelota se había convertido en una enorme avispa azul con forma de trompo. Entonces no fue ella la única, sino que todos los espectadores entraron en pánico y empezaron a correr en todas direcciones, pues la avispa misma no decidía qué camino tomar.
_Vos corré a esconderte, yo voy a encontrar la forma de deshacernos de eso_ le dijo Andrea, su amiga con cierto conocimiento sobre eventos paranormales.
Así lo hizo; corrió con todas sus fuerzas hacia el escondite por excelencia: el baño. Una vez dentro, la retuvo una conocida que ni siquiera estaba enterada del reciente caos.
_Yo hace años tuve un perro llamado Micky_ le dijo, como si hablara sola_ era un perro maricón. No toleraba palabras fuertes, pues ahí nomás se ponía susceptible y empezaba a llorar, por eso siempre lo tratábamos con mucha delicadeza y cariño, como si fuera un bebé. Cuando nos dimos cuenta de que ya no era un maricón, sino que era un consentido y además el perro más vivo de la historia, ya era demasiado tarde para tratar de amaestrarlo.
Lucía asintió con la cabeza y sonrió, tratando de deshacerse de aquel monólogo trivial, y se metió a uno de los cubículos, el cual poseía una pequeña ventana rectangular.
Por ahí estaba espiando cuando pasó Andrea llorando y gritando con la garganta desgarrada el nombre de Natalia.
_ ¡¿Qué pasó?! _preguntó Lucía, alarmada, cuando la interceptó por el pasillo que daba con los baños.
_Le dije a Natalia que se clavara en el corazón un cuchillo ensuciado con mi sangre para que así siempre me lleve con ella y podamos destruir a la avispa, ¡y lo hizo! _terminó llorando sin control.
_Esto es demasiado raro_ le contestó Lucía luego de una pausa reflexiva, entonces le dio una bofetada a su amiga_  ¿Te duele? _preguntó antes de darle varios manazos más.
_Pues… no _contestó Andrea, a pesar de que cerraba los ojos y se sobresaltaba cada vez que sentía acercarse la mano de Lucía.
_ ¡Es porque estamos soñando! _concluyó la muchacha_ esperá, voy a llamar a alguien que te puede ayudar a despertar de esta pesadilla.
De pronto ya no se encontraban en la escuela, sino en la casa de Lucía, cuando, al tiempo que tomaba su celular en mano, una fenomenal pantera azul con pétalos en vez de pelaje salió por la chimenea. Las muchachas no le prestaron atención, sino que la sacaron de la casa con una patada en los cuartos traseros, para luego Lucía intentar discar el número que mejor conocía. Pero a pesar de tenerlo grabado en la memoria psicomotriz, no lograba que sus dedos obedecieran sus órdenes.
Lo intentó varias veces e incluso entró en desesperación al ver como, sin el menor sentido, erraba casi todos los números, y a pesar de que llegó a equivocarse sólo en uno, no lograba dominar su mano. Por fin, después de arduos intentos, logró ordenar los números adecuados en el orden necesario para escuchar tras el auricular la aguda y prolongada nota La que la devolvió a la realidad.

Crónicas de una mente dormida: Y de pronto... morí

Llegué a un punto de mi vida en el que todo estaba bien. Finalmente mis padres habían comprendido que yo ya estaba a pocos meses de cumplir la mayoría de edad, dándome de golpe toda la libertad que me faltaba; tanta que ni siquiera cabía en mi imaginación. Todo era demasiado bueno para ser cierto, y sin embargo, lo era. Mi vida se veía muy prometedora, en especial el año que transcurría, con mi asistencia asegurada a tres conciertos de grandes músicos a los cuales siempre he amado.
Justamente estos felices pensamientos surcaban mi mente, estando yo en un lugar lleno de gente que amo, pero por alguna razón no puedo recordar, cuando un emisario de la muerte apareció a mis espaldas con su traje de gala negro, su antifaz blanco y su chistera.
_Ya es hora _me dijo, tomándome del hombro con su mano oculta por un guante de seda blanco_ debes venir conmigo.
_ ¿Tan rápido? _contesté con una normalidad impresionante incluso para mí misma_ ¿no podríamos esperar un año más, o al menos una semana? Es que tengo demasiados planes.
_La muerte no puede esperar, ya debo llevarte _contestó, jalándome del hombro. En ese momento yo empecé a forcejear, llorar, gritar, patalear y protestar tanto como podía, pero era inútil. Aun estando tirada en el piso como lo estaba, y defendiéndome con todas mis fuerzas, no podía evitar estar cada vez más cerca del macabro Rolls-Royce negro del más allá.
Por otro lado, la escena a mi alrededor había cambiado por completo su aire alegre y armónico: todos me miraban con cara de espanto e incredulidad, a algunos empezaban a rodarle las lágrimas por las mejillas mientras, a lo lejos, se oían los gritos desesperados de mi novio, que entre sollozos clamaba: “¡No se la pueden llevar! ¡Ella es mía!
Su voz y el rumor lloroso de todos los presentes se apagaron tan pronto estuve dentro del coche. Este empezó a andar, pero no se dirigió a ninguna luz blanca, sino a un túnel perfectamente visible. Al final de ese tampoco se encontraba la blanca luz ilustrada en las películas, sino el inicio de otro túnel que desembocaba en otro y así; una interminable cadena de túneles psicodélicos, cilíndricos y coloridos que daban la sensación de estar atravesando a toda velocidad un caleidoscopio giratorio.
Finalmente vislumbré una tenue luz que se infiltraba en el túnel, pero se trataba solo de la luminosidad diurna de una ciudad vieja y oscura, muy al estilo londinense, con sus antiguos y lúgubres edificios, sus grandes vidrieras y sus calles adoquinadas.
_Aquí te bajas tú _me dijo mi sombrío acompañante.
_Solo una pregunta _contesté con algo de fastidio_ ¿de qué se supone que me morí?
_Tuviste una devastadora infección en el estómago y los riñones.
_ ¿Y cómo es que no la sentí? Se supone que eso debería dolerme muchísimo… _pero ya era demasiado tarde. El Rolls-Royce se había desvanecido debajo de mis zapatos, dejándome parada en la entrada de un viejo café.
“Por supuesto que no lo sentí”, dije para mis adentros, pues yo estuve anestesiada por una semana a causa del tratamiento indicado para curar una otitis media aguda en el oído izquierdo.
Entré en el café haciendo mi mayor esfuerzo por contener las lágrimas y e senté en una cómoda butaca. No podía creer cómo, para evitar el dolor de una enfermedad menor, había opacado por completo la alerta de una enfermedad que me costaría la vida.
_ ¿Quién es tu amigo? _escuché de pronto decir a una voz proveniente de la butaca de enfrente. Al mirarla, descubrí en ella a mi mamá, pero solo atiné a decir:
_ ¿Quién? _al tiempo que giraba la cabeza para descubrir a un muchacho parado detrás de mí_ ¡Mamá! _grité de repente al caer en la cuenta de su presencia, pero ella ya se había esfumado.
_Esa no era tu mamá _empezó a decir el muchacho_ es solo un poderoso recuerdo que tu mente materializó un momento. No te asustes, te pasará muy seguido y podrás notar que esos recuerdos no te dicen nada útil o interesante, pero con el tiempo podrás olvidarlos por completo para empezar a vivir tu nueva vida trascendental.
El muchacho en cuestión no me dijo su nombre, pues, al parecer, en ese mundo extraño ya todos habían olvidado su nombre, por lo que se nominaban según lo que realmente habían sido, ya sea con adjetivos, oficios o características. En su caso, él era un amigo.
Pasó el tiempo y, como dijo mi amigo, pude olvidar por completo mi vida pasada en el mundo de los vivos. Por otro lado, mi amistad con él tiempo atrás había dejado de ser una simple amistad, se podría decir que esta había “trascendido”.
Una noche, al entrar en mi habitación y encender la luz, me encontré con una sorpresa gigantesca: mi antiguo novio –de antes de morir- sentado en mi cama y observándome. A pesar de que ya lo había olvidado por completo, me tomó menos de un segundo recordar todo lo concerniente a él. Su presencia era demasiado poderosa para tratarse solo de un recuerdo, se sentía como habitaba cada espacio de la habitación.
_Me decepcionaste _dijo de pronto, terminando con el silencio_ yo creí que me amabas y, ciertamente no sabía que esperar después de morir, pero por alguna razón ya sentía el temor certero de encontrarte con otro hombre _terminó con un dejo de amargura y resentimiento en la voz.
Traté de responder, de defenderme y protestar ante su injusta acusación, pero no pude siquiera tomar aire no mover un solo dedo, ya no tenía control sobre mi cuerpo, e incluso sentía como este empezaba a desprenderse de a poco del diáfano espacio físico que se alzaba a mi alrededor.
_¡Estoy viva! _exclamé con temor a equivocarme cuando por fin desperté.

Crónicas de una mente dormida: Gringos afortunados y lluvia de fuego

El mundo está dividido en dos: los de arriba y los de abajo.
Mientras que los de arriba,  todos anglosajones y poderosos, están construyendo un arma para protegerse de los alienígenas; los de abajo, petizos e insignificantes, hacemos malabares para evitar que nuestros lotes sean invadidos por los “sin tierra”.
Allá la vida es tan fácil y llena de oportunidades, que la gente misma se complica la existencia para hacerla un poco más interesante. Por ejemplo, el otro día estaba yo viendo un reality televisivo en el que muchísimos gringos compiten para entrar a la mejor escuela de teatro y poder saltar a la fama como actores. El show está dividido en tres temporadas: A, B y las eliminatorias. Los que entraban en la primera temporada eran los mejores y por lo tanto, los que luego ganarían más oportunidades y beneficios dentro de la academia. En las eliminatorias se seleccionaban a los mejores entre lo peor para terminar con el show, los seleccionados ganaban tan solo el derecho de entrar en la escuela de arte y los perdedores se iban a casa con las manos vacías.
Fue en esta temporada donde Norteamérica lució la afición de su gente por complicarse la vida para alcanzar sus metas. Tal fue el caso de una muchacha –rubia, no muy alta, simpática- que tuvo que esperar tres meses para que empezara la temporada a la que ella había sido designada en el casting inicial. Cuando finalmente le tocó salir a escena, la muy sinvergüenza dijo que la única razón por la que había entrado al programa era porque había oído que si entraba a la Universidad de Bellas Artes, luego podría hacer traspaso para cualquier otra universidad fácilmente. Lo que ella en realidad quería era ser abogada, por lo que ni siquiera se había dignado en mirar las anteriores temporadas del show, y con tal descaro y todo, los jueces ni siquiera se inmutaron, juzgaron su actuación como a cualquier otro participante y siguieron con el programa.
Es como les digo, el mundo anda loco. Los de arriba ya lo han visto todo, lo saben todo, su capacidad de sorprenderse ha sido arrancada de sus pálidos cuerpos. Son especialistas en practicidad, pero sin embargo hacen todos sus esfuerzos para complicarse un poco la existencia. La practicidad los llevó hasta la locura, hasta la enfermiza necesidad de hacer difícil lo que su propia tecnología pudo haber hecho fácil.
Tal fue el caso de una amiga mía que se fue de intercambio a Estados Unidos. Su papá gringo era uno de los creativos en una fábrica de plásticos, además de ser el orgulloso creador del organizador de alimentos que revolucionaría la forma de clasificar, ordenar y transportar comida cual menester sea. El fabuloso invento llamado “Put in the Right Way” constaba de un taper grande que contenía varios otros tapers de distintos tamaños y formas, los cuáles habían de ser científicamente acomodados –cual juego de tetris- para lograr que todos entraran en el primero. La obsesión del creador era tal, que antes de cada comida guardaba todo lo que se había preparado en cada uno de los contenedores, los acomodaba dentro de uno solo y luego los sacaba para ponerlos en la mesa, repitiendo el proceso en cada comida del día.
Esos gringos siempre consiguen lo que quieren, y después de que lo consiguen, buscan algo más difícil e inalcanzable, y aún así lo consiguen. Recuerdo que en aquel mismo reality había un tipo, un jugador de fútbol americano; era el pateador –o como se llame- del equipo y jamás en toda su carrera había errado un gol –o como se diga-. La cuestión es que el sujeto se sentía tan capaz y fantástico, que luego de su rotundo éxito en el fútbol, pretendía ser estrella de cine. Y ahí lo ven, aunque participase de la última temporada, era uno de los felices admitidos en la Universidad de Bellas Artes.
Y aquí lo ven a uno, que no puede siquiera encender una vela con facilidad. Una vela… pensar que por tratar de encender una, mi querida amiga Lucía vivió una de las peores pesadillas de su vida:
Estaba ella en su cocina junto con su prima de cuatro años, era un día caluroso y no llovía desde hacía tiempo, por lo que todas las plantas estaban muy secas. Por alguna razón que no logra recordar, necesitaba encender una vela con un viejo encendedor anaranjado, pero cuando desató la llama de este, una tímida llama azul se hizo presente en la anura que separa el plástico del metal y, de un momento a otro, creció tanto el fuego que logró volar la tapa metálica que contenía el gas. Y como si hubiesen abierto una caja llena de dientes de león, un sinfín de pequeñas lenguas de fuego azul se fueron volando hacia el jardín.
Lucía, en su desesperación, salió corriendo hacia el patio, donde se encontró con un fortísimo viento y lo que literalmente podría nominarse como una lluvia de fuego. Corrió por el pasto reseco que empezaba a consumirse por los besos de fuego azul, mientras el viento la atacaba con lo que parecían en realidad miles de agujas ardientes. Por un momento se le ocurrió correr en contra de la tormenta, buscando alejarse de la influencia del viento, pero apenas se dio vuelta, fue recibida por una brutal llamarada azul.
Siguió corriendo tan rápido como pudo con el apoyo del viento hasta que la tormenta ígnea cesó y entonces, con una punzada de dolor, recordó a su pequeña prima abandonada en la casa ahora en llamas. Volvió corriendo hacia ella para descubrir, con más sorpresa que alivio, una gigantesca y apenas visible llama azul que se desprendía a pedazos del techo de la casa y volaba apaciblemente hacia el cielo, sin dejar a su paso el menor indicio de daño.  

Crónicas de una mente dormida: Carrera contra el tiempo y la conciencia

Lucía llegaba de la mano de su novio, creyendo que su casa estaba vacía. Ambos estaban radiantes, tanto como el día que transcurría soleado y tranquilo. Subieron corriendo las gradas, se metieron en su cuarto perfumado de percrebel, cerraron la puerta solo por si acaso y se desvistieron en el acto, pues no tenían tiempo que perder. Lucía estaba parada junto a la puerta y su novio estirado en su lecho como un rey lagarto, cuando se abrió tímidamente la puerta, y de esta, apareció la cabeza de su hermano mayor. Lucía se cubrió como pudo sus partes privadas, pero su asombro y terror no le permitieron decir siquiera “¡fuera!”. Su hermano simplemente rió por lo bajo y dijo: _No puedo creer que ya estés en eso_ sacó la cabeza y cerró la puerta.
La estela de silencio que dejó su socarrona risa plantó en Lucía una extraña sensación, no de nervios o vergüenza, como hubiese sido lógico sentir, si no más bien un refrescante sentimiento de seguridad, e incluso de complicidad; su hermano habría de comprender que ella ya tenía 17 y aquello era normal. Se volcó, sonriente como estaba hace un momento, y se recostó sobre el torso fuerte de su amado piel canela; nada malo les sucedería, podrían amarse en paz.
Transcurrió la tarde, tan hermosa como lo esperado, pasaron las horas y su familia seguía ignorante del asunto, todo estaba bajo control.
_Lucía, ¿puedo hablar con vos un rato? _le dijo su tío cuando la noche empezaba a hacerse presente_ sé lo que hiciste y también sé que me vas a odiar toda tu vida por esto pero… tenés 24 horas para confesar con tu mamá, porque si vos no le decís, le digo yo.
La reacción natural e involuntaria de Lucía fue correr hacia la reja de su casa, el mundo se le caía a pedazos y no era capaz de encontrar una solución. Muchas veces se había imaginado ese momento, pero el único plan de escape que había podido formar era simplemente escapar, irse por fin con su amado como tantas veces lo había soñado. Ahora tenía la reja delante de ella y se proyectaba corriendo hacia el infinito como Forrest Gump, pero el poder de la conciencia tenía pegados sus pies al cemento, solo le quedaba ser responsable y asumir las consecuencias de su error.
Varias veces, al día siguiente, intentó Lucía acercarse a su mamá y decírselo todo, pero por alguna razón, ese día en particular estaba más feliz y cariñosa que nunca; a la muchacha la carcomía la angustia de arruinar para siempre la alegría maternal.
Lo peor de todo era que cada vez más gente conocía la verdad y la noticia se había esparcido incluso a los amigos de sus padres, pero todos esperaban que pasasen las 24 horas prometidas a Lucía para que tuviera la oportunidad de confesar por su cuenta.
Las horas pasaban y la presión crecía de forma directa, pues todos los conocedores del crimen insistían a la joven que confesara de una vez, mientras la desesperada muchacha hacía todo lo posible por escribir una carta que le salvara la cabeza.
Ya casi eran las 8, la carta no estaba lista, tío y mamá conversaban en la sala y sonó la alarma que anunciaba su hora de ir a la ahorca, sonó insistentemente el despertador que aniquiló la pesadilla.

Crónicas de una mente dormida: Enloquecí y me encerraron


Cuando los alumnos del último curso de aquel colegio al que muchos solían llamar prisión, fueron de excursión al manicomio nacional, Lucía no tenía idea de que el agua de la locura empezaba a brotar por sus poros como una delicada capa de rocío matutino.
En los últimos días había empezado por primera vez a trabar amistad con sus compañeros de curso, lo cual tuvo por resultado la destrucción parcial de los muros del rechazo que durante año construyó ladrillo por ladrillo, y ella, muy felizmente, empezó a formar parte de una sociedad que, aún estando dentro, le parecía hueca, degenerada y banal.
Como en todo viaje, los alumnos, en total desorden y alboroto, reían y se burlaban hasta de las cosas más tontas y absurdas que sucedían a su alrededor. Lucía y sus amigas hablaban animadamente, ella aparentando una perfecta armonía y felicidad en su corazón, mientras por dentro se desbordaban los mares de sus pesares; horribles dramas se enredaban en su conciencia, formando un ovillo terrible y creciente.
Al llegar, formaron fila atrás de una barra metálica que recorría todo el recinto, separando a los locos de las visitas. De pronto, un enfermero se acercó a Lucía, quien entonces ya estaba empapada de locura, la tomó del brazo y suavemente la separó del grupo; ella no ejerció la menor resistencia, pues sus músculos hinchados de agua no reaccionaban a las señales que apenas era capaz de mandar su cerebro ahogado.
Ella no podía comprender nada de lo que pasaba, por qué no podía reaccionar y en especial, por qué la separaban del grupo al que ella pertenecía para llevarla con los locos. Pero todas sus dudas se esclarecieron cuando, al cruzar la barrera, resbaló con el agua de su propia locura y cayo de espaldas al suelo, entonces su mirada perdida se encontró con un techo negro como la noche pero pincelado de agua, sirviéndole así como el espejo que le mostró su rostro sereno y distante, pero con la notoria humedad de la locura brotando por sus ojos de rubí.
Sus compañeros, escandalizados, murmuraban a gritos preguntas que no hallaban respuesta ni explicación, pero ella ya no podía oírlos, ahora el enfermero la escoltaba por un pasillo oscurísimo a sus ojos, pero bañado de una luz blanca y mortecina a los ojos cuerdos. Llegaron luego a un patio interno donde había una piscina y ventanas en todo el rededor. Lucía, con los sentidos consumiéndose lentamente por el agua, sintió una vibración familiar en el bolsillo trasero de su pantalón, y gracias al poder de la costumbre, ineludible aún fuera del mundo real, contestó su celular.
_ ¿Hola? _preguntó con voz queda.
_Bienvenida, Lucía, a lo que será tu nuevo hogar. No te asustes, nosotros estamos tratando de ayudar, pues de este lado somos todos iguales y queremos que te sientas cómoda, para lo cual tendrás que empezar por secarte. Yo soy tu asesor personal y estoy disponible en cualquier momento que desees para contarme todo mal que te aqueje. No seas tímida, muchos casos como el tuyo han logrado secarse por completo con solo contarme sus dolores, así que cuando estés lista, puedes salir a buscarme por la puerta que está justo frente a ti.
La llamada terminó antes de que Lucía pudiera siquiera abrir la boca; para entonces, el enfermero la había dejado sola en el gran recinto y lo único que le restaba por hacer era ordenar sus ideas y encaminarse a la puerta, donde encontraría a la persona que buscó toda su vida: alguien que la escuche y entienda sin emitir el menor juicio.
El trauma de su infancia al ser abandonada continuas veces por sus padres cada vez que se iban de viaje y la dejaban encerrada con su abuela nazi, la soledad que la acosó toda su vida, empezando por los niños que la tildaron de rara y le huían por temor a contagiare de su genialidad; la gente que hasta la fecha nunca había dado la menor importancia a su existencia, gente que ella consideraba cercana y que en los mayores momentos de dolor y necesidad, hacían oídos sordos a sus tímidas penas; estos y más traumas y complejos serían finalmente expulsados de su atiborrado corazoncito al girar la manilla que sudaba debajo de su mano.
Detrás de la puerta de vidrio oscuro se extendía un jardín de ensueños con verdes laderas, pastos altos, árboles frutales y una infinita y llena de vida vegetación que se perdía en el horizonte, pero ni rastros de su asesor.
Sin perder la calma, Lucía empezó a caminar entre el pastizal mirando por todos lados, cuando de repente, de entre la maleza, apareció la saltarina cabeza de un enano, a lo que la muchacha gritó de emoción, pero nadie la hoyó. Luego apareció otro y otros dos, todos con sus coloridos gorros, todos mirando en una dirección. Lucía miró en la misma dirección para descubrir con sorpresa a la mismísima Blanca Nieves corriendo ladera abajo directo hacia la muchacha, con los brazos delicadamente levantados y una graciosísima expresión de horror que jamás habría osado lucir en los cuentos. Pero de pronto se supo el motivo de su alboroto: lo que parecía un millar de abejas enfurecidas venían persiguiéndola a toda prisa. Casi al mismo tiempo, un charco de gelatina azul empezó a borbotear justo al lado de Lucía, del que apareció de un salto el Genio de la Lámpara gritando con horror: “¡Vienen las hadas!”
En efecto, las enfurecidas criaturas voladoras eran hadas, quienes por fin alcanzaron a Blanca Nieves y, lanzándole rayos, la hicieron rodar por la colina; chocose así con Lucía y el Genio y convirtiéronse en una sola maza multicolor rodante.
Rodaron juntos lo que parecieron tres eternidades, hasta detenerse en una inesperada meseta de tiza blanca, bajo la cual, una fila india de polvorientos esclavos llevaban enormes piedras sobre sus cabezas. Lucía, harta de tantas vueltas y tonterías que no llevaban a nada, tanteó su bolsillo con el propósito de llamar al desaparecido asesor, pero este estaba vacío. La desilusión de la joven era gigante, y su locura empezaba a mojar la tiza que la cubría, convirtiéndola así en un pegajoso engrudo, cuando de repente la puerta de vidrio oscuro se materializo frente a ella.
Del otro lado de la puerta se encontró nuevamente con la piscina, pero esta parecía haber explotado, pues toda la habitación estaba mojada. Recordó entonces Lucía al enfermero que la había traído y cruzó la puerta que llevaba al manicomio, esperando que este pudiera llevarla con el asesor. Sin embargo, el recinto se encontraba habitado solo por su tétrica luz y una inexplicable capa de agua que lo cubría todo, desde el piso hasta el techo.
Lucía empezó a correr sin dirección, chapoteando cada vez con más dificultad, pues el agua iba en aumento, hasta que finalmente llegó a la entrada, donde sus compañeros seguían formados en filas. Ella los llamó a gritos hasta que se dio cuenta de que lo que la separaba de ellos no era solo la barra metálica, sino también una gruesísima capa de agua que la volvía invisible e inaudible para sus condiscípulos.
Ella aún gritaba y trataba de cruzar la impenetrable cortina cuando aparecieron dos enfermeros, quienes la tomaron de cada brazo y la llevaron con dificultad por el mismo pasillo, a pesar de los gritos y forcejeos de la loca joven.
Finalmente la metieron en un cuarto en el que solo había un colchón en el piso, donde la dejaron encerrada. Ella, con los ojos anegados en lágrimas y el alma hecha pedazos, se recostó de espalda en el colchón.
Nunca encontró a quien tanto anhelaba, fue separada de los amigos de los que apenas empezaba a formar parte, se quedó totalmente sola sin más que hacer que sucumbir a la locura. Todas estas terribles ideas provocaron un torrente incontenible de lágrimas, las cuales empezaron brotando por sus ojos y luego salieron por todos los orificios de su cuerpo, inundando así el cuarto de forma implacable, hasta cubrir por completo el cuerpecillo de la amable loca, quien, finalmente, se ahogó con el torrente de su locura.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La canción de la lluvia


     Era una fría y lluviosa noche de julio. Llegue empapada pero feliz luego de una breve corrida hasta  mi casa; ahora reposo adormecida por la suave caída de la lluvia que moja la ciudad con su armonioso canto.
Veo las luces de la calle distorsionadas y el rojo cielo por mi ventana entreabierta, por donde entra el fresco húmedo de la copiosa lluvia.
Se escucha en la calle el ruido de tacones lejanos buscando desesperados un refugio, y autos pasando y salpicando a gran velocidad el agua en las calles. Esos son los únicos ruidos que perturban a la canción de la lluvia, la cual al fin logra tomarme en sueño ligero.
De repente despierto sobresaltada por lo que parece un avión recién caído en la casa contigua, pero enseguida noto que fue un rato sucedido por muchos otros que iluminan el cielo segundos antes de hacer temblar la tierra con sus fuertes estrépitos.
La canción de la lluvia se ha tornado agresiva, ahora no me adormece con su canto perfecto, sino que me perturba con sus fuertes protestas, pero a estas horas de la madrugada tengo tanto sueño que ni siquiera la tercera guerra mundial estallando en la puerta de mi casa podrían evitar que me duerma, asi que vuelvo a caer profundo en los brazos de Morfeo.