Allyson y su alianza de guerreros errantes estaban cruzando el desierto con el fin de develar el misterio de un ancestral cementerio escondido en este. Para llevar a cabo aquella tan aterradora y peligrosa misión, contarían con un nuevo miembro, un arqueólogo con conocimiento en artes marciales que daba algo de risa a simple vista –estaba todo vestido con un trajecito del siglo antepasado amarillo, con blondas y encajes; llevaba una sombrilla también amarilla para protegerse de la fiereza del desierto y su única arma era una llave común y corriente-, pero sería la pieza clave para, primero encontrar y luego escapar del escabroso cementerio.
Después de darle todo el equipamiento de guerra posible a Phill, el arqueólogo, llegaron a un punto perdido en el desierto en el que sólo había un ajado letrero de madera clavado en la arena y una extraña y circular placa de piedra en el piso. El letrero ponía: “Párese en la placa para ir a la entrada del cementerio”.
La idea colectiva luego de leer el cartel fue que la placa los llevaría, evidentemente, a la entrada del cementerio, pero después de subirse todos, dar varios giros veloces y desaparecer en el aire, se encontraron mucho más adentro de lo que querrían: en las catacumbas.
El terror estuvo a punto de apoderarse del grupo, pero la misión que se debería llevara cabo era mucho más importante que cualquier sentimiento humano. Empezaron a abrir las tumbas, de por sí abiertas por una fuerza misteriosa, buscando algo, cualquier cosa, que pareciera fuera de su lugar. Aquello debería ser distinto a un montón de cadáveres verdes vestidos de faraones, o a hombres gigantescos, o a momias con rastros de movimiento; lo que verdaderamente salía de lugar fue encontrado por Phill, estando solo en una de las cámaras del cementerio: Un hombre vivo.
El mortal en cuestión no se sorprendió tanto como Phill cuando fue abierto su sarcófago, pues a pesar de estar vivo, había decidido esconderse igual que los demás en la espera de los intrusos que desestabilizarían sus planes macabros.
_Veo que por fin han llegado _le dijo a Phill con voz limpia y tranquila_ pero lamentablemente no pueden quedarse aquí, debo pedirles que desalojen mi cementerio.
_ Tenemos una misión muy importante _replicó Phill, temblando y luego de un silencio de horror_ y no nos vamos a ir de aquí hasta realizarla.
_Si la misión es el problema pues… lo mejor sería eliminarla, claro, mejor que eliminarlos a ustedes_ terminó aquel extraño hombre. Salió entonces de su tumba. Tenía la altura estándar de un hombre americano, era algo gordo, cachetón, de tez blanca rosada y cabello castaño rojizo. Abrió el fondo de su ataúd, como si se tratara de una puerta, y pidió al arqueólogo que lo acompañase a su estudio, un inverosímil lugar de paredes y piso de piedra, bien iluminado, limpio, equipado con el mobiliario de una oficina moderna y con una enorme pantalla de plasma que mostraba un mapa irreal con una escritura inexistente.
El hombre empezó a escribir códigos ilegibles con un teclado, y a pesar de que Phill quería salir corriendo de allí y llamar a todo su equipo para que detuvieran la contraoperación del no muerto y pudieran por fin terminar su misión, la curiosidad mantenía sus pies pegados al suelo.
_ ¿Conoces a Allyson Ford? _preguntó el hombre.
_Sí _contestó Phill_ es la líder de nuestro grupo.
_ ¿Sabes por qué una señorita como ella lidera a un grupo de guerreros por estos tan horribles páramos?
_La verdad es que no, no me he inmiscuido en sus razones ni en su vida privada, por lo tanto no sé por qué ella es nuestra capitana.
_Yo creo saberlo… _contestó el hombre con aires de misterio_ de hecho, sé mucho más que todo tu equipo juntos. Allyson empezó este “consorcio de guerreros” con el propósito de vengar la muerte de su madre, quien fue asesinada por fuerzas sobrenaturales, pero… ¿no te parece que tendría una vida mucho más feliz si su madre siguiera con ella?
El hombre apuntó a la pantalla para que Phill pudiera observar como transcurrían veloces escenas de una niña muy feliz y aventurera que salía de excursión con sus ambos padres y no le temía a nada. Pero a medida que la niña crecía, la realidad se desvanecía para el arqueólogo, y justo en el último aliento que le quedaba, pudo comprender que no se estaba muriendo, sino que su cuerpo ya no tenía cabida en un lugar al cual sólo habría podido llegar gracias a un pasado que acababa de ser modificado.
El extraño hombre lo había logrado, se había deshecho de los intrusos mediante la noble acción de devolverle su madre a una triste y rencorosa muchacha. Ahora Allyson podía caminar muy feliz en compañía de su mamá por las empinadísimas calles de San Francisco, buscando la imprenta que haría realidad su sueño de imprimir su primera novela. El hombre del cementerio, luego de observar aquella encantadora escena por su pantalla, se preguntó cómo sería la vida del paralelo de Allyson, pues sabía muy bien que todas las personas en el mundo tienen a otra exactamente igual, con la misma imagen física, personalidad y sueños. Tomó entonces un pequeño tazón de vidrio anaranjado que tenía en su escritorio y le dio la vuelta; así de fácil, la imagen de Lucía era ahora visible en la pantalla.
Lucía se encontraba en el colegio, en lo que parecía una mañana muy normal, cuando de pronto la directora general entró al curso y llamó de inmediato a una alumna que había estado escuchando música con su celular. La chica en cuestión hizo un pequeño berrinche, asegurando que ella no tenía ningún celular y que eso era mentira, pero al fin cedió a la ineludible mirada frenética de la directora.
_ ¿Y por qué está todo tan oscuro? _gruñó, al tiempo que la compañera de Lucía entregaba su móvil.
_Porque se ha descubierto que la luz hace que a los niños les de hambre_ contestó el tímido profesor de filosofía_ así que si trabajamos sin luz, no sentirán luego la necesidad de gastar su dinero en un refrigerio del snack.
_Muy inteligente profesor _contestó con torpeza la mujer_ siga así.
La directora salió un momento del salón, momento que duró lo que tardó en escuchar que otra alumna, más aguerrida que la anterior, había puesto a sonar música a todo volumen desde su celular. Entró de nuevo y procedió de la misma forma que la anterior vez: Llamó por su nombre a la señorita, le pidió que saliera a la puerta del salón y, una vez ahí, decomisó su celular y le entregó una notificación firmada por ambas en la que le daba a conocer sus faltas graves, eran tres.
Mientras todo esto sucedía, Lucía se hacía la burla de las ocurrencias de la directora con su amiga, a la vez que sus compañeros varones se le acercaban para hacer más grande el aire de música y fiesta que se había propagado en el curso y que el profesor no podía dominar. Sin embargo, y a pesar de sus ilusiones, el muchacho que le gustaba jamás se acercó a molestarla como habían hecho todos los demás.
De pronto la puerta volvió a abrirse, pero ya no era la directora, sino el negado y eludido amor de la vida de Lucía.
_ ¿De quién es esta frazada? _preguntó a todos el muchacho alto, de cabellos demasiado rizados y piel demasiado pálida_ ¿quién me la prestó?
Lucía lo miró embelezada, a pesar de que no quiso admitirlo luego con sus amigas, lo observaba de pies a cabeza y sin importarle que justo detrás de él estuviera su fea novia. Lucía se mantuvo así, mirándolo, hasta que él salió del salón y la realidad entró por los oídos de la muchacha.